miércoles, 15 de septiembre de 2010

¡Hombre, de verde!

Quizás no le habían hecho todo daño y eso era sólo lo que parecía. Igual no entró al vagón por pura maldad y lo hizo por mera inconsciencia. Tampoco quería pasearse con esas anchas carcajadas entre los dientes. No dudó en accionar el botón y ver como todo a su paso volaba. Al igual que no dudó tampoco en colocarse en el escenario perfecto, subiendo y alejándose de todo malo que había hecho. Venganza. Tenía una textura verde y así la dejó para siempre, por si volvía a pasar otra vez algo. Por si se dejaba caer por el andén, a empapar rostros de hálito verde y a reblandecer poemas casi despegados del techo. No hubiera sido igual con la misma música ni tampoco si hubiésemos cambiado la fecha. Pero a todos se nos vino a la cabeza ese marzo que todo daño malo nos había hecho. Porque desde aquel balcón, la visión de las cosas no era la misma. Las verdes palmeras cubrían un paraíso de infieles que apostaban y rezaban por bajarse en la próxima parada. Pensar que ese hombre podía haberlo nublado todo en un segundo, acabar con las obligaciones, con los pesares y con todas, absolutamente todas las cosas a las que nos queríamos aferrar en el momento antes de exhalar el último suspiro. Todo daño. Todo malo. Todo y nada. Así fue como el verde dejó un día de ser esperanza.

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