A él. ¿Qué se te ha perdido entre estas piernas, tú que prometes madrugadas? Dime el qué, entre un acelerón y un parón. Hagámoslo rápido porque el tiempo vuela y quien vuela, ya te digo que si corre. A traición, cógeme y contra esta lámpara, que se nos hace tarde. Mata, llora, ríe, ¡sepáralos que se están pegando! Ven, siéntate y cuéntame alguna historia de las que arrancan sonrisas, de las que nos despojan de las verdades. Estate quieto, no te sientes. Dame órdenes, a nadie le gusta. Por si acaso no llamas estaré esperando y antes de que vuelvas, el suelo ya estará caliente.
A ella. Se le ha quedado este cosquilleo entre las piernas, soleado y aleteante, promete permanecer, estar y seguir, no traicionar a los besos que van y vienen volando y se posan en las mejillas dejando huellas del delito en sí. Deprisa y despacio. Toque de hombre. Ya está dentro. Sólo buscaba temblar, de la emoción. Le agarra del brazo, apretándose el calor flexible. El sonríe incómodo y su gesto va amainando. "Que yo te quiero, cielo". Saltas como una gacela, eres una cría. Extiéndete desnuda, blanca, quieta, fresca y lujuriosa. Murmura y ronronea. Un vino de vergüenza y una cerveza casera.
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1 comentario:
Y así es como el hombre se busca en la mujer y la mujer en el hombre, en una suerte de imagen que recuerda mucho a Escher, que devora y es devorado, que se deja comer y le dejan comer. Paradojas del acto humano.
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