jueves, 11 de marzo de 2010

Buscando documentos que lo prueben

Pasaron y pasaban muchos ratos juntas. En eso consistía la magia de vivir tan lejos, los encuentros eran tiernos, entrañables, casi de foto. Le gustaba peinarle los cabellos y hacerle tirabuzones. La creía una princesa y le daba toques en la nariz para convertirla maliciosamente en sapo. Los encuentros eran así.

La traía, la agarraba, la soltaba y la tiraba, pero siempre la recogía cuidadosamente y la arropaba contra la almohada. Ella la miraba con unos ojos que se abrían ante la inmensidad del mar azul y rezaba para que no volviese porque sino las despedidas podrían haber llegado a ser extremas, frágiles e imposibles, hasta el punto de que sus lágrimas podrían haber subido el nivel del mar e incluso haber desplazado continentes; por eso pensó que no podía más con ellas, así que cogió su pico y su pañueleta y dio un portazo, el definitivo, el que nunca se había atrevido a dar.

Irse a vivir con ella a Manhattan, la gran ciudad, donde los osos cruzaban las calles y los semáforos se pedían permiso para salir, dónde los relámpagos iluminaban sonrisas y las librerías vestían de verde botella.

Era el lugar perfecto para comenzar a padecer de coma etílico a tragos y más tragos de sopas de letras. Allí la arropaba y se sentían muy juntas, muy unidas aunque separadas del lecho materno.
Ella, sin embargo, se negaba a llorar porque sabía que habría un regreso, no sabía cuando pero lo habría. Se decía a sí misma "¿para qué?.

Entonces se armó de valentía y la llevo a la tienda de galletas dónde había compartido tantas charlas de amoríos y festejos, tantas fresas con nata y tantos churros azucarados. Cuando estaban en su momento más dulce, recordando viejos tiempos jugando a las muñecas sobre la mesa y a los coches por entre los pies del personal de la tienda, fue cuando entró en escena el fotógrafo. Ella sonrió y le susurró algo al oído:



"¿Sabes? Siempre vamos a estar juntas."

La susodicha permaneció con los ojos como platos y los diabéticos salieron corriendo de la tienda. Demasiado rosa para tan poca sangre.

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