Se calzó sus zapatillas de ballet, se sentó sobre el regazo de su madre y le dio el último abrazo, se re-colocó el tutú y hecha un manojo de nervios avanzó. Esa mañana era diferente a las demás, todas iban enmoñadas, enlazadas, concentradas y de repente, comenzaron los bailes individuales.
Ella lo hizo perfecto, había estado practicando demasiado y mientras bailaba sentía que toda su esencia se evaporaba, que su cuerpo fluía, volaba y de repente su presencia en la sala se desvaneció. Lo había conseguido. Salir de allí sin ningún rasguño. Sonrió y el profesor respondió con una mueca.
Bailar, bailar, bailar, desde ese momento no pensó en nada más.
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