jueves, 6 de marzo de 2008

El puente de los cerezos.

Lo siento, he estado leyendo otra de sus historias...

(...) Hermoso amar, hermoso sentirse amado. (...) A veces la vida, que dura muchos años, puede vivirse en apenas unos segundos. Verás, hace mucho tiempo, alguien me contó lo que sucedió en el puente de los cerezos. Los dioses lo recuerdan como un capricho, los dos jóvenes protagonistas como el intervalo concedido para la felicidad. Yo, sueño con encontrar un puente y convertirme en la sombra de mi amada, por eso cuento historias, para vestir con ellas su cuerpo oculto, para consolar su soledad y para sentirla cerca de mi corazón. A veces, temo la fuerza de mi deseo, temo que pueda cumplirse y convertirse en una daga. Nada pasa desapercibido para los dioses que castigan los deseos de los hombres concediéndolos cuando no pueden ser suyos, mostrándoles la felicidad tan cerca que casi podrían lamerla como miel pero sin dejar que apenas moje sus labios. Los caprichosos espíritus dejaron que los jóvenes se conocieran en el puente de los cerezos y que toda su vida pendiera de ese encuentro.

Quing Feng, camina aquella tarde sintiendo el eco de sí misma repetirse sobre las losas del jardín. Siente que su cuerpo la alerta y tensa sus músculos como si tratara de prepararla para una batalla. Ella guarda silencio, baja su cabeza y espera que se muestren los signos presagios en el viento. Si hubiera huido del lugar, no sabría del color de la felicidad y su desgracia hubiera sido menor. Sólo se puede sufrir por lo perdido, nunca por aquello que no se ha tenido. Pero era niña para conocer las burlas de los dioses.

La hermosa joven se queda mirando los nenúfares oleaginosos bajo el puente de los cerezos. Un puente siempre divide orillas como nacimientos que han de encontrarse. El tiempo deja de latir, las flores retienen su perfume esperando el instante que sucederá sin excusa. El agua quieta del estanque quisiera huir por las montañas para no ser testigo. Ha visto el futuro en los ojos de la muchacha.



El joven Huaying había dejado sus habitaciones como si tuviera una cita con la desgracia. Deseaba, sin saberlo enteramente, el encuentro con el amor. Había pedido a los dioses de su madre un inconcreto deseo que guardaba con celo entre las hojas bordadas de su ropaje. Era demasiado joven para sentir nostalgia del pasado y le faltaba paciencia para esperar las promesas del futuro. Su mirada era un dardo inquiriendo las ligeras sombras de la tarde.


Ensimismado en la profundidad de los deseos que no encontraban palabras, Huaying se vio de pronto haciendo sombra sobre los pasos detenidos de Quing Feng. El puente tembló con el peso del amor. Ambos ignoraban que aquello que ha de marcar nuestra vida llega sin buscarlo, sin aviso, sin tiempo para que nos preparemos a recibirlo. Los nenúfares se abrieron.


La brisa reunió sus alientos y el puente de los cerezos hizo un paréntesis sobre sus destinos. Se miraron sin vergüenza. Se reconocieron como dos partes gemelas de una misma luna. Como el río que cabalga las montañas sin advertir su final, como las diminutas flores que se abren sin buscar una mirada, por el puro placer de existir, Huaying y Quing Feing, desnudaron sus corazones hasta la herida, cómo sólo pueden hacer los inocentes, como el condenado que usurpa su última madrugada a la vida. Hablaron hasta decírselo todo, lo que habían sido y lo que serían. Sólo al borde de la nada se arrojan los secretos.






Eran demasiados inexpertos para saber, por eso eran sabios en sentimientos, por eso trataron de tejer toda una vida en las tres horas concedidas por los dioses. El tiempo es un castigo si se posa sobre nuestras cabezas como un yatagán, si amordaza las palabras y la convierte en nudos. Ninguno de los dos concedió una tregua a la infinita curiosidad por el otro. Quisieron saberlo todo. Cometieron el desatino de fundir el futuro imposible en el tiempo prestado por los hados sobre el puente de los cerezos. Quisieron ser uno para siempre y permanecer abrazados entre las estrellas. Nunca volvería el amor como entonces porque no tenía límites su necesidad.


Quing Feing regresó a la casa del padre con los sueños desflorados. Arañaba su brazo el trozo de una rama escondida como testigo de lo vivido, como prueba de un afán que se había hecho carne aquella tarde. Su futuro estaba pactado y tenía nombre de desgracia. Bajó sus ojos de muchacha y mordió el aliento que gritaba en sus entrañas. Su vida estaba en otras manos, para ella quedaban las lágrimas escondidas.


Nunca pronunció el nombre tan amado. Eso profanaría el hondo amor que la habitaba. Por momentos, creía sentir una sombra cubriendo la suya. Pasaron cuarenta años. Pasaron sin respiro, con el tinte de lo esperado, desgarrando la memoria, ultrajando la belleza. Pasaron sin dejar un espacio para abrir la hornacina de los sueños. Pasaron con dolor, heridos por el puente de los cerezos.



Esta nueva tarde, cuarenta años después, Quina Feing prepara, con los pies cansados y sin alma, el viejo arcón de cedro que honrará las bodas de su nieta. Enrojecen los cielos y se vacían los campos, como tantas veces, pero nada será igual. De nuevo los dioses recobran la memoria y vuelven su vista burlona sobre el destino de los hombres. En el fondo del arcón asoma, fresca de rocío, intacta, la rama del cerezo. Tan pura como aquella tarde, tan viva como el amor escondido.

La rama arañó de nuevo el brazo de la mujer hasta despertar su sangre. ¿Había sido cierta aquella tregua sobre el puente de los cerezos? La rama despejó las nubes del tiempo y Quing Feing borró el presente y los cuarenta largos años de olvido. Soñó que otra mano, aquella que no fue, acariciaba su pelo, el de entonces, el de ahora, y repasaba con ella los años perdidos fundiéndolos en una memoria común. Fue como si hubieran caminado juntos los largos años transcurridos, como si ambos fueran los abuelos de aquella boda y celebraran también la suya, la que nunca fue sino en el puente de los cerezos. No despertó para casar a su nieta, Tal vez el puente de los cerezos sirvió para unir sus muertes como unió sus vidas una tarde.

(…)Nadie podría robarles lo que sentían nadie podría arrancar de sus corazones todo lo vivido sin tocarse, sin mirarse. Eran puros como el diamante y sus cuerpos transparentes se fundían con los mismos resplandores. Podría arrancarles la piel, pero de nadie si no de ellos serían aquellas horas.


Sarajevo-Berlín, billete de ida. Blanca Álvarez.

6 comentarios:

José Muñoz dijo...

w00000wwww me ha encantado!!

Me han dado ganas de ponerme a escribir. Me pondré a ello de inmediato ^^

Besoss Aluu!!

Ciaooo

PEPE TEXAS RANGER.

Dariada dijo...

Uffff que largo, toy en la ofi, no puedo leerlo ahora, de tarde le echo un ojo :)

Anónimo dijo...

Olaaaaaa
x una vez en la vida te firmo nel blog ! :O
q fuerte no ¿? xD
pos eso .. Q TAL ? [ xD ]
io bien ! C=
jeje toi akia tu lao firmandote =P
q waii q hayas venido ami casa ¬¬''
es cooooña =P
jujuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuu
mñn dia inolvidable vaya =P
sobre todo pa mi q no me voi a acordar de nada ! jajajajaja !
q siii =P q tenemis q sacar muxas fotos !!

bueno ija ... q la camara ya esta cargada ! :O flipante ! jiji

no me e leido el texto q as puesto jaja :O xDDDDDDDDDDDDDDDD
jaja =P








te quierooOoOoO
sP! [L]


raQee

la cocina de frabisa dijo...

Qué bonito y tierno. Las historias de amor siempre me dejan buen cuerpo. Gracias por acercármela. Un besito

Sibyla dijo...

Entrañable y tierna historia y fotografías!
Siempre triunfa el amor!

Se nota tu buen gusto y sensibilidad.

FELICIDADES!

Besotes:)

Anónimo dijo...

Es muy bueno....supongo que es tuyo...si es asi eres magnifica...y sino es asi...pues tambien ahahahahaha

aparte me ha llegado mucho..por que llevo dos años estudiando chino...y tengo ganas de viajar a esta tierra....llena de tantos paisajes enigmaticos.......y tu me has teletransportado en dos segundos....

un beso...y gracias

Sourin